Mercado de Abastos

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El mercado semanal en Ribadesella se viene celebrando desde que en el siglo XIII el Rey Alfonso X otorgó la carta puebla y así continúa siendo hasta nuestros días. La ubicación primitiva se encontraba entre el Ayuntamiento y la Iglesia. Sirviendo de refugio los soportales de las casas solariegas. Hoy se extiende por varias calles y plazas, manteniendo su emplazamiento original.

Quizás la diferencia más notable lo pone el medio de transporte.  Hasta hace pocas décadas las labradoras bajaban desde las aldeas de Ribadesella cada miércoles caminando. La mercancía la transportaban en un cestu sobre la cabeza. Para que no hiciera daño se colocaba el  rueñu, una especie de trapo enroscado que amortiguaba el peso y asentaba el cestu. Era habitual que las acompañaran sus maridos que aprovechaban para hacer otras gestiones mientras ellas permanecian en el puesto durante toda la mañana.

Los productos que vendían eran de todo tipo, pero siempre de elaboración propia y ahí está la clave, pues se trataba de una producción artesanal: fabes, cebolles, patates, limones de su huerta, además de leche, manteca y cuajada de su ganadería... También llevaban al mercau animales vivos como gallinas o el trabajo de artesanía de la madera como madreñas, muy útiles durante todo el año para aislar de la humedad y el barro, venta de cerámicas cuando no existía el cristal, cestos para llevar todo tipo de enseres... ¡en fin! Todavia no había llegado la bolsa de plástico. "Mi madre también andaba los mercados : llegaba hasta Arriondas con un burru que tenía y unos cuévanos." 

"A Ribadesella fuimos la primera vez porque ya iban familiares antes, entonces un buen día fuimos a llevar lo que podíamos. Me acuerdo que el primer kilo de fabes lu vendí a 40 pesetes y a 25 pesetes el cientu de cebollín, y ahora está a 7 euros, y era un dineru entonces; y lechugas a 5 pesetes."

En el año 1936 se comienza a construir la plaza de abastos, quedando paralizado el edificio durante la Guerra Civil para terminarlo finalmente en el año 1941. Allí se asentaban puestos fijos, como carnicerías, pescaderías, frutas o ultramarinos¿ que pagaban un alquiler al Ayuntamiento.  Los días de mercado se instalaban las vendedoras de los pueblos, en el centro del edificio y en los laterales techados del exterior. Hoy la plaza espera en silencio mientras recuerda tiempos mejores.

Las vendedoras continúan hoy en día bajando al mercado con los mismos productos que da la tierra y con la romana a cuestas en el mismo lugar desde hace años, donde les espera la clientela más fiel. 

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