Rula/Lonja

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La tradición marinera en Ribadesella viene de siglos atrás, pues desde la Edad Media fue un puerto pesquero muy pujante. Desde entonces vivían familias enteras alrededor de la pesca, hoy en día se podría decir lo mismo, aunque en menor medida.

Durante los años 50, con la costera del bocarte, el puerto se transformaba desde las primeras horas de la mañana hasta el mediodía en un trajín que hoy no podríamos imaginar: pensemos en casi un centenar de barcos atracados en hilera, venidos de distingos lugares, el olor a marmitas, la actividad frenética de los pescadores desembarcando el bocarte, los carros de transporte a las fábricas de salazones y conservas, el vocerío en el puerto y la sirena de la Rula (Lonja) llamando a la subasta... Es aquí donde se encontraban nuestras pescaderas compitiendo con las fábricas de conservas en la puja, pudiendo comprar 4 o 5 kilos de xardes, sardines, parroches... lo más habitual... raro era merluza o lubina y por eso lo cambiaban por fabes o patates.

La precaria situación económica hacía que abandonaran la educación elemental a los 10 años para trabajar ya como adultas. Sin embargo, jugaban a correr por las calles y a las canicas como niñas que eran. Comenzaban ayudando a sus madres, vendiendo de casa en casa, agarrando la caja de pescado, cada una por un asa. 

Durante la posguerra, la necesidad hacía que no sólo vendieran pescado, iban al pedral a por "llampares", lapas o "arcinos", erizos de mar. "Mi madre pasó muchu, la probitina, pa danos de comer y pasó toa la vida vendiendo pescau y yendo al pedral a por llámpares y yo iba con ella aunque era una cría". 

El poco tiempo libre que les permitía el trabajo, ya de mozas, celebraban las Fiestas de Santa Marina, la Fiesta de Les Piragües o de la Virgen de Guía, a quien tienen gran devoción por ser la patrona.

El muelle además de para trabajar servía para cortexar o ligar y así se casaban celebrándolo con los pocos medios de los que disponían: "Comimos garbanzos con los que llenamos la barriga, fuimos de paseo a La Grúa y después al cine: esi mismu día cuando íbamos paseando decíanme los que me vieron: ¡madre vas muy guapa! iba con un traje de chaqueta que mi había hechu la modista."

El paseo de La Grúa era por entonces destino habitual para muchos de los nuevos matrimonios.

"De viaje de novios fuimos a La Grúa, no teníamos perres y quedábannos veinte duros porque guardelos yo en una jarra, pa tener algo pa comer. Había una caseta al final de la Grúa y en ella Tino ¿el prácticu¿ tenía unos antiojos que se veían los barcos de fuera. Cogímoslos y así vimos el mundu."

Mientras los maridos salían a faenar, las mujeres alternaban múltiples trabajos: limpiaban la Rula, vendían pescado por las calles y pueblos, trabajaban en las numerosas fábricas de conservas y salazones o "limpiaban la angula" antes del pesaje. Consistía en apartar las angulas muertas, quitando el exceso de agua y alguna diminuta piedra que pudiera influir en el precio. Pero debido al hambre entraba en juego la picaresca. "Ahí saqué yo buenes perres. Había unos coladores grandes que estaban rotos y yo empujaba unes poques angules pa que cayeran al calderu del agua."

Repartían caminando por los pueblos del concejo de Ribadesella, pero tenían muy definida la zona de cada una, para no hacerse así la competencia. Recorrían los mercados semanales de Infiesto, Cangas de Onís, Nava, Arriondas... caminando hasta 50 kms. Las últimas pescaderas, en torno a los años 70, ya bajaban del mercado de Cangas de Onís en taxi, que pagaban cuando volvían de hacer la venta. "Subíamos en tren hasta Arriondes y algunes llegabamos a Cangues en taxi y  decíamos-y al taxista: "págote a la vuelta" porque no teníamos una perra."

Sin embargo, a partir de los años 60 la situación de las pescaderas y sus familias poco a poco mejoró, no solo laboralmente, sino con las nuevas viviendas de pescadores, como las del Tocote.

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