Plaza de Villar y Valle

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"No soy de ciudad, yo soy de pueblu". Así reivindican su lugar nuestras mujeres rurales mientras recuerdan su infancia ayudando en las tareas del hogar: "carretando" calderos de agua en la cabeza, iban de la fuente a casa varias veces al día o llevaban los cestos de maíz al molín, para volver con la harina y así elaborar los pantrucos (morcilla tradicional de Ribadesella, envuelta en berza), boronas, tortos... o comenzaban a cuidar del ganado y a labrar la tierra. Al mismo tiempo iban a la escuela, las que podían. Estudiaban con un único libro, la famosa Enciclopedia: "en aquel libro estaba todo" dicen ellas. "En aquellos años la vida normal era ir a la escuela, pero pocu, ayudar en casa en tou: cuidar les vaques, ir a la leña, a herba, a segar. "Una vida de aldea, de probines, y no como ahora..."

Para prepararse al futuro matrimonio, además de las labores del campo, aprendían a coser y bordar. 

Pasaban la vida entre ganado: vacas, cabras, ovejas... e incluso las relaciones interpersonales se establecen cerca de los animales. "Yo soy la última de les hermanes, éramos siete vástagos en total, el mi hombre y yo nos conocimos desde siempre, nos conocimos en la cuadra, como quien diz meciendo. Cuando murió mi padre, en casa quedamos con muchu trabayu y venía a ayudanos... pero yo creo que ya venía con picardía". 

Así continuaba el devenir de los días con mucho esfuerzo para salir adelante. 

En un día habitual, por la mañana se levantaban al amanecer, mientras el hombre iba a ordeñar las vacas, la mujer preparaba el desayuno para todos: tortilla, chorizos fritos, café... alimentos contundentes para encarar las labores del día. Después él se iba a segar, mientras ella comenzaba las labores de la casa, lavar en el río, labrar la huerta, ir al molino a por harina y preparar la comida. Por la tarde después de comer, el hombre echaba la siesta, ella terminaba de recoger la mesa y lavar los platos e iban juntos a "atropar la herba" apilar la hierba para llevar al ganado. Continuaba la tarde yendo a la fuente a por agua. A última hora de la tarde, juntos van a mecer, ordeñar las vacas. Las mujeres a cocinar la cena y recoger y limpiar, preparar la comida del día siguiente y ya entrada la noche cosían o remendaban la ropa, mientras el marido y la prole estaban ya en la cama. 

En los veranos, la estampa típica era la de les muyeres vareando la lana para rehacer los colchones. Aquello era casi, una profesión. Anualmente se deshacían los colchones para airear y esponjar la lana mediante una paliza de órdago. A cada varada la lana saltaba, subía, bajaba y lo mejor era el ruido de la vara. Todo un arte. Había que hacerlo al sol, claro.

Cuando estaba bien varado, removido y aireado se volvía a introducir la lana en la tela, se cosía y a disfrutar del placer de dormir en un colchón de lana para el resto del año. 

La vida de las familias va girando en torno a la cosecha y el ganado. "Ahora la vida del campu no e como la de antes, hoy trabayando muchísimu menos se saca muchu más rendimientu, antes era mecer, segar, cebar, estar pendiente tou el día y toa la noche...".

Se autoabastecían con lo que daba la tierra y los animales, por eso las abuelas campesinas recuerdan que aunque no se ganara dinero, siempre tenían para comer.

Ahora ven pasar la vida con una pizca de nostalgia y tristeza porque había más gente en los pueblos, los vecinos se juntaban para ciertos trabajos: "pa mayar manzana acudía la vecindad", "a las esbillas (desgranar) venían voluntariamente y así pasábamos buenos ratos". Es merecido reconocer el esfuerzo, la vida tan sacrificada y la nula visibilidad, hasta ahora, de la mujer del campo.

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